lunes, 19 de diciembre de 2011

¿Quién fue realmente Don Paco García, "el alcalde de los pobres"?

     La primera persona que me habló de él, de lo bueno que había sido con los pobres, fue mi madre que en paz descanse. Me impresionó tanto su relato de aquel hombre caritativo que auxiliaba a gente hambrienta y enferma en aquellos años cuarenta, de hambre y miseria, que durante mucho tiempo lo tuve como modelo de lo que debía ser un buen alcalde. Y también el de su entierro que, según ella, fue el más multitudinario de cuantos habían tenido lugar en Morón. Tanto como años después lo fueron el de don Francisco Martínez Quesada, “el maestro de música”, o el del guitarrista Diego del Gastor.
      Pero con el paso de los años me fui preguntando cómo un hombre tan bueno y tan extraordinario que ocupaba un lugar tan privilegiado en la memoria del pueblo había podido ser alcalde y teniente de alcalde en un ayuntamiento franquista. Algo había en su historia que no me cuadraba.
     Unos años después, la Asociación de Vecinos de San Francisco pasó un cuestionario a quienes habíamos sido alcaldes desde el 79, año en el que el ayuntamiento volvió a ser democrático, para que opinásemos sobre la figura de don Paco García. La necesidad de encontrar una respuesta satisfactoria, bien fundamentada y documentada,  me obligó a ir un poco más allá de lo que ya sabía a través de mi madre y de otras personas mayores que más o menos coincidían con ella. Entonces  fui a la biblioteca municipal, busqué en la prensa local de aquellos años y me encontré con un par de bandos firmados por el alcalde Don Francisco García Ruiz de Bustillo en los que se identificaba plenamente con el régimen franquista, al que servía y le había elegido para el cargo, con consignas tales como “Por la revolución nacionalsindicalista”, “Arriba España” y “Viva Franco”. Esta información me sirvió para poner en cuestión la figura de don Francisco y pedir una rigurosa investigación sobre lo que realmente había supuesto y significado su labor como regidor de la ciudad, independientemente de su  caritativa labor. Todos los demás ex alcaldes encuestados, sin embargo, alabaron sin más su figura y no pusieron ningún reparo a que se levantara un monumento en su memoria, tal y como había propuesto la Asociación de Vecinos al Ayuntamiento. Una propuesta que fue aprobada sin más por todos los grupos municipales: los socialistas, los comunistas y los populares.  
       Meses después, en cumplimiento de aquel acuerdo plenario, se colocó un busto en bronce del “alcalde de los pobres” en el centro de la plaza de los  Remedios. Y además organizaron una retrospectiva de su figura y de su obra en el Salón de Exposiciones del Pozo Nuevo y le dedicaron un monográfico en la revista El Águila de la Asociación de Vecinos. Y debieron quedar todos muy satisfechos porque, en verdad, habían hecho todo lo que habían podido para que la memoria de don Paco García quedase eternamente grabada en el imaginario colectivo de los moronenses. Quizás lo único que les faltó fue proponer a las autoridades eclesiásticas que iniciaran su beatificación, pero tampoco me extrañaría nada que el día menos pensado lo planteasen. 
    



        Realmente era el mundo al revés, porque cuando empezaba a estar en la agenda política y ciudadana el tema de la memoria histórica, cuando se empezaba a hablar de los crímenes del franquismo y de recuperar de las fosas los cuerpos de los asesinados para enterrarlos dignamente, el hecho de que se erigiese un monumento a un alcalde franquista no dejaba de ser chocante, amén de ir extrañamente a contracorriente. Era cuando menos una anormalidad democrática. Una anomalía histórica. ¿Los demócratas levantando monumentos a los franquistas cuando éstos durante cuarenta años se habían levantado todos los que habían querido con mano de obra esclava, tal y como hicieron en el Canal de los Presos o en el Valle de los Caídos?
     No obstante, a mí lo que más me irritó y cabreó fue que un alcalde socialista, D. José Párraga Mendoza, secundado por todos los concejales de su grupo, y los dos concejales comunistas de Izquierda Unida, fuesen precisamente quienes hubiesen aprobado y levantado con fondos municipales un monumento a un alcalde franquista. Porque de los concejales populares me lo esperaba ya que, de una forma y otra, eran sus herederos naturales.
    Una irritación y un cabreo que traté de reflejar en el artículo: "¿Olvidar, tergiversar o asumir el pasado inmediato?" que publiqué en Morón-30 días, en octubre de 1999. No podía entender cómo los munícipes socialistas se habían olvidado por completo del último alcalde socialista de la República en Morón, D. Manuel Olmedo Serrano, que se tuvo que exiliar en Méjico para no ser fusilado, y, sin embargo, ahora se acordaran de un alcalde franquista y se mostrasen tan favorables a levantarle un monumento en una de las plazas del pueblo.
     Desde entonces, nada nuevo había sabido de don Francisco García Ruiz de Bustillo, hasta que en este año del Señor de 2011 se ha publicado el libro Morón: consumatum est. 1936-1953. Historia de un crimen de guerra.

     En él se documenta con precisión y rigor, tal y como yo pedía en mi respuesta a aquel cuestionario de la Asociación de Vecinos de San Francisco, cuál fue la actuación del homenajeado como alcalde y como teniente de alcalde en los años posteriores a la sublevación militar. Leyéndolo, hemos podido saber que gracias a los informes inculpatorios que D. Francisco García Ruiz de Bustillo firmó de su puño y letra sobre una veintena de vecinos inocentes: dos fueron asesinados, Bartolomé Lorda Urbano y Francisco Jiménez Navarro, y los demás, encarcelados durante años como Juan Salas Gordo o Ángel González Estepa. 
       En base a estos datos el CAL (Colectivo Asambleario Local) publicó el pasado verano un comunicado en que se instaba al Ayuntamiento a que procediese a la revocación de todos los honores impuestos a Francisco García Ruiz de Bustillo y a la retirada del busto que en su memoria se exhibe en la Plaza de los Remedios.
      Poco después, el pleno del ayuntamiento de Morón ha creado una comisión de estudio y propuestas para la recuperación de la memoria histórica. Éste es uno de los asuntos que tiene sobre la mesa. Esperemos que, por fin, se haga justicia y resplandezca la verdad.

Memoria de los bares

                        
                                               Memoria de los bares

Sí, quizás porque los años no perdonan, estoy ahora más enganchado que nunca a la memoria. A la personal y a la colectiva. Y también a la memoria de los bares. Porque, como dice el poeta Manuel García en De bares y tumbas, nuestra vida es la memoria de los bares. Y la mía no iba a ser menos, pues toda una serie de bares jalonan mi vida desde que tengo memoria.

Cómo olvidar aquellos bares de la infancia, si aún me parece estar oliendo el vino peleón, las avellanas y los altramuces que impregnaban aquel tascón que conocíamos como la Viña de Mariano, un vinatero del Condado de Huelva, de Manzanilla para más señas, de donde también era Pepe el de Retamares. Y cómo no acordarme de la Goleta, cuyo dueño era de Villalba del Alcor, y de tantos otros taberneros de fuera que se establecieron en Morón en los años cincuenta y sesenta.

La Viña estaba en la punta abajo de los Caños de Aranda, haciendo esquina con la Calzadilla. Recuerdo que más de una vez cuando volvía a casa de la mano de mi padre, antes de enfilar la calle Jerez Baja donde vivíamos por aquel entonces, mi padre hacía una paradiña en ella para tomarse el último caneco de vino, mientras yo me zampaba un buen platillo de altramuces. Nunca olvidaré la noche en que vi en su televisión en blanco y negro el primer tiempo de un partido en el que Pelé marcó un gol de campeonato. Yo me quería quedar para acabar de verlo, pero mi padre no quiso porque era un poco tarde y mi madre nos estaría esperando preocupada. Pero camino de casa, recuerdo que le dije a mi padre que lo más deseaba en el mundo en ese momento era tener un televisor como aquel para poder ver todos los partidos que quisiera en la cama, calentito entre las sábanas.

También me acuerdo muy bien de la Goleta, la tasca donde mi padre paraba muchas noches, cuando daba de mano en la carpintería de Muebles Mariscal, situada en la calle Nueva, frente al Teatro-Cine Oriente. Casi siempre le acompañaba su gran amigo Villanueva, el tapicero del taller de más arriba. Mi madre me mandaba muchas tardes a la carpintería para que no le diese la lata en casa, pues bastante tenía la pobre con estar pendiente y atender a mis otros hermanos más pequeños. Y una vez allí, me quedaba con él hasta que terminaba su jornada de trabajo y volvíamos juntos a casa. Y cuando no se paraba La Goleta o en la Viña de Mariano, lo hacía en El Tropezón, en la punta abajo de la calle Espíritu Santo.

Memoria de bares. De bares de infancia, de juventud y de la vida adulta. De toda la vida. De la viña de Mariano a la Goleta, y de Retamares al Tropezón. Con un niño soñador que come altramuces y un padre que bebe vermut y vino peleón. Del bar del Borrico en la esquina de la Calzadilla con la calle de la Romana, en el que veo a un chaval empinándose unos cuantos cuarterones de fino Vallejo para disimular su timidez y su miedo. Del bar de Pepe, el de los gitanos, en el que recuerdo a un joven aficionado, seducido por el flamenco. De la Barbiana con su manzanilla sanluqueña. De la Blanca Paloma con sus pavías de bacalao. Del bar de Pepín, el del Puentecillo, con sus células clandestinas de peteros maoístas. Del Kiosco de la Carrera. De la Bodega de los González. De las Siete Puertas. Del Canario. De Juan Bermúdez. De Juaniquito. Del bar de Palomo. De tantos y tantos otros. Lo mismo da el lugar, el momento o la edad, porque nuestra vida es la memoria de los bares.





















   
    









martes, 6 de diciembre de 2011

Yo no acepto sobornos, ¿y tú?



      Desde hace cuatro o cinco años, cuando llega el mes de Octubre, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía obliga a los Claustros de los IES de la Comunidad, que aún no se ha acogido al Programa de calidad y mejora de los rendimientos, a que se pronuncien al respecto. El centro en el que trabajo es uno de los muchos que lleva rechazándolo desde el primer año. Sin embargo, la Consejería no ceja en su empeño, a pesar de que la mayoría del profesorado ha venido oponiéndose, curso tras curso, de forma clara y contundente. Tan empeñada está en sacarlo adelante con el voto de los profesores -aunque no sé muy bien por qué no lo hace por decreto si tan interesada está- que no ha dudado en ningún momento en modificar los artículos a los que les ha obligado la sentencia del Tribunal Supremo de Andalucía, al que recurrieron varios sindicatos. Ni tampoco en dar mayores facilidades al personal. De los dos tercios necesarios al principio, se ha pasado a la mayoría simple. De la aprobación por el Claustro a la del Consejo Escolar donde la representación del profesorado es menor y no es determinante.
      Y a todo ello hay que sumar el ingente esfuerzo de muchos directores que parecen tan empeñados como la propia Junta en incorporar sus centros al dichoso Plan. Para lo que utilizan, como fieles comisarios políticos, todo el poder que les otorga el ROC con el fin de doblegar y comprar voluntades; y también a los Claustros para resaltar las excelencias del Programa o tratar de desprestigiar, tachando de vagos y negativos, a quienes se oponen; o bien repiten una y otra vez lo bien pagado que está y lo poco que hay que hacer, así como lo bien que viene para consolidar uno de los complementos retributivos, etc, etc. En fin, que no dudan en hacer en todo momento todo lo que está en sus manos para que sus Claustros se adhieran al Programa. O más bien al Plan del Soborno como lo denomina la Asociación Piensa-Volens.


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    Afortunadamente, siguen siendo muchos los profesores que no se callan y no aceptan sobornos de esta calaña. Y ello a pesar de que ya el año pasado nos redujeron el sueldo un 5%, de que llevamos varios años con los sueldos congelados -lo que ha supuesto una merma importante de nuestro poder adquisitivo- y de que no hemos sido homologados, como estaba acordado con los sindicatos, con la media de las demás comunidades autónomas porque, por lo visto, el dinero que había previsto para ello se lo han gastado en el susodicho Programa. De ahí que me sienta muy orgulloso de pertenecer a un colectivo que, a pesar de lo que está cayendo, es capaz de seguir diciendo que NO. En tiempos como los que corren, resistir, a pesar de todas las presiones, como estamos resistiendo la mayoría del profesorado de los IES de Andalucía es todo un ejemplo. El ejemplo de un colectivo que no se doblega ni vende su dignidad por un plato de lentejas.