LA VIRGEN DE LOS SICARIOS
Morón 30 días · nº 27 · diciembre 2000
Franco hizo del 12 de octubre una de las grandes
festividades del régimen. Una fiesta que compendiaba mejor
que ninguna otra lo mejor de los españoles y de nuestra
historia. Era el día de la raza española, la más viril, la más
cristiana y la más gallarda, al lado de la cual la raza aria
era casi una mariconada. Y por eso, fue celebrado durante
muchos años como el “Día de la Raza”. Y hasta Sáenz de
Heredia dirigió una película que se tituló precisamente
‘Raza’, con guión del propio Franco que firmó con el
seudónimo de Jaime de Andrade. Era también el día de la
gesta más heroica y sublime de nuestra historia, admiración
y orgullo de las generaciones venideras: el descubrimiento
y la conquista de América, la colonización y evangelización
de los salvajes indígenas que poblaban aquellas tierras
del diablo. Y era, por si no teníamos bastante, el día de la
aparición de la Virgen en un pilar de Zaragoza, que por
algo somos la Tierra de María Santísima, la más mariana y
milagrera de todo el orbe católico.
Y me imagino que este 12 de Octubre, denominado
ahora día de la Hispanidad, sigue siendo día de fiesta
para que podamos asistir: en Madrid, al gran desfile de las
Fuerzas Armadas; en Zaragoza, a la ofrenda a la Virgen del
Pilar, patrona de la Guardia Civil; y en cualquier pueblo de
España, como el nuestro, a las comilonas que aderezadas
con carne de venado –regalo de algún noble terrateniente
de la zona– y regadas con vino de la tierra, suelen organizar
los picoletos en el patio del cuartel para familiares, amigos
y autoridades locales. O simplemente, es fiesta para que nos
tiremos todo el santo e hispano día en el sofá viendo por
televisión algunos de los espectáculos anteriormente citados
o lo que nos dé la gana.
Pero a mí como no me gustan los desfiles, y menos
aún los militares, aunque últimamente a ellos asistan
muchos intelectuales y escritores que pasan por ser muy
progres como el propio Francisco Umbral; ni me hacen tilín
las ofrendas marianas aunque tan sólo sean florales; ni soy
amigo ni pariente de ningún picoleto; ni me gusta ver por
televisión tan horteros y rancios montajes; ni
tampoco mi bolsillo me permite ningún viajito a ninguna parte;
la verdad es que no sabía qué hacer para conmemorar tan
significado día. Aunque ojeando la prensa y aprovechando que
me encontraba en la ciudad más mariana de las Españas y,
para más inri, en el mismo barrio de la Macarena, se me
ocurrió festejar el día con una ofrenda a ‘La virgen de los
sicarios’ que estrenaban en el cine Avenida.
En la prensa, comentaban que era una película de
impacto. Y la verdad es que la película de Babet Schroeder,
con guión de Fernando Vallejo, autor también de la novela
autobiográfica en la que se basa, me sobrecogió por la mirada
dura y frontal, seca y estremecedora, con que nos hace ver
los conflictos infernales de las calles de Medellín, pobladas
por cientos de niños sicarios con ciertos aires y tintes
pasolinianos. Es el retrato más bestial que he visto nunca
de una Colombia degradada hasta límites insospechados
donde la violencia y el terror cotidianos han conseguido
que la muerte sea vista y asumida con una indiferencia casi
animal. Y como para demostrar que no todo en sus vidas es
tan cruel, tan materialista y tan inhumano, los niños sicarios
rezan y rezan a su virgen en las iglesias, y le piden perdón por
sus horrendos crímenes, siguiendo los consejos del máximo
empleador de la zona, que no es otro que el mítico jefe del
cartel de Medellín, Pablo Escobar, que en paz descanse.
Y para conseguir ese realismo cruel y descarnado que
te sacude y te estremece, que no te deja en ningún momento
indiferente, como debe hacer toda obra de arte que se precie,
Babet la ha rodado con un plantel de actores no profesionales
que en la vida real se dedicaban a la misma actividad que
en la fi cción, es decir, a la de sicarios; y ha salido a las
peligrosísimas calles de Medellín con la cámara al hombro:
escoltado, al principio, por las amenazas anónimas de los
mafiosos del lugar; y solo ante el peligro después, porque
los demás miembros del equipo de rodaje le abandonaron
antes de terminar.
Cuando salimos del cine, olía a tierra mojada. Y para
que la fiesta fuese completa, mi mujer y yo nos encaminamos
a un bar de la Plaza de la Gavidia en el que los jueves sirven
un platito de gambas blancas de Huelva que quitan la cabeza
por tres euros y que seguro que nada tiene que envidiarle
a la carne de venado que el Conde de la Maza regala a la
Benemérita de mi pueblo para que le preste una atención
especial a sus cotos de caza.
Y cuando llegamos a casa, mientras cenaba, comencé
a ver la Gala de la Hispanidad de Tele 5. Enseguida me
recordó aquellos montajes de la televisión franquista y, en
especial, un programa que creo recordar que se llamaba
“Trescientos millones”. Colombia, todita toda, desde
Medellín a Cartagena de Indias, se había convertido, de
pronto, por arte y magia de Tele 5, en un paraíso, en un
oasis, donde se ponía de manifiesto, lo mismo que en toda
Hispanoamérica, la generosidad y el amor sin límites del
hombre y de la naturaleza. Y cuando ya no pude aguantar
más la sarta de mentiras, tópicos y sandeces que intercalaban
entre cada una de las actuaciones musicales, me entraron
ganas de hacer lo mismo que Alexis, el niño sicario, cuando
escuchó por televisión al presidente colombiano exponer las
líneas maestras del presupuesto del Estado: sacar la pistola,
volar la pantalla y tirar la televisión por la ventana. Pero
como no gasto pistola, la apunté con el mando a distancia
y la apagué. No encontré mejor manera de poner punto y
No hay comentarios:
Publicar un comentario