viernes, 2 de marzo de 2012

Entre Pepas, Pepitas y Pepis anda el juego

     Afortunadamente, todavía algunos nombres populares siguen siendo los más utilizados por los españoles. Por ejemplo, el de José, aunque no tanto el de Josefa, a pesar de aquella canción popular que hablaba de que “José se llamaba el padre/ y Josefa la mujer/y al hijo que tuvieron/ también le pusieron José”.
      Pero qué duda cabe que tanto José como Josefa son dos nombres de lo más socorrido pues lo mismo sirven para un roto que para un descosido
     Y que, además de lo bien que suenan, tienen la gran ventaja de poseer varios apodos de los que podemos echar mano cuando nos venga en gana. Así, además de José, podemos llamarle Pepe, o bien Pepito o Pepote, según necesitemos un diminutivo o un aumentativo. Y además de Josefa: Fina o Fini; Pepa, Pepita o Pepi.
     Y tampoco creo que nadie dude de su raigambre en todos los ámbitos de la vida.
     Así de Pepe, surgió, por ejemplo, el Tío Pepe, como el espía que surgió del frío.
     De Pepito, el Pepito Grillo que todos llevamos dentro o el ¡Hola don Pepito, hola don José! que cantábamos con Gabi, Fofó y Fofito.
     De Pepa, La Pepa: la Constitución de 1812.
     De Pepi, en plan nostálgico, la señorita Pepi, y en plan carnavalero Las Pepis, la chirigota del Selu que ha retratado este año, por un lado, a las Pepis de carne y hueso que limpian diariamente el oratorio San Felipe de Neri, y, por otro, a La Pepa de papel y tinta que se quedó en papel mojado como la del 78. “Derecho al trabajo, derecho a una vivienda, derecho a una pensión digna…” y un mojón para todos ustedes.
     Y de Pepita, la Pepita Jiménez de Juan Valera o la Pepita Patiño en la que se inspiró María León para su interpretación en La voz dormida de Benito Zambrano que le ha valido el Goya a la Mejor Actriz Revelación de este año: “Comparto el  premio con Pepita Patiño, que tiene 88 años y vive en Córdoba. A ella y a todas las pepitas del mundo, por ser mujeres que han aprendido a perdonar, pero no olvidan”
     Ahora, en cambio, no hay más que leer cualquier lista de alumnos para darse cuenta de cómo proliferan las Yenifer y las Elizabeth, las Stella y las Shakira, los Kevin y los Yósua. Nombres que no tienen nada que ver con nuestra historia, con nuestras tradiciones y nuestras costumbres, y que trastocan por completo nuestra fonética natural pero que, sin embargo, cada vez están más presentes en el santoral que dictan las modas, el famoseo, la prensa rosa y el mercadeo televisivo.
      Yo, sin embargo, en esto de los nombres soy muy tradicional y conservador. Quizás por eso me hayan conmovido tanto estas palabras del poeta palestino Mahmud Darwix: “Defenderás una a una las letras de tu nombre, como hace una gata con sus crías (…) y aprenderás a restituir lo perdido a fuerza de nombrarlo”.


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