lunes, 12 de octubre de 2015

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

Morón 30 días · nº 27 · diciembre 2000

Franco hizo del 12 de octubre una de las grandes

festividades del régimen. Una fiesta que compendiaba mejor

que ninguna otra lo mejor de los españoles y de nuestra

historia. Era el día de la raza española, la más viril, la más

cristiana y la más gallarda, al lado de la cual la raza aria

era casi una mariconada. Y por eso, fue celebrado durante

muchos años como el “Día de la Raza”. Y hasta Sáenz de

Heredia dirigió una película que se tituló precisamente

‘Raza’, con guión del propio Franco que  firmó con el

 

seudónimo de Jaime de Andrade. Era también el día de la

gesta más heroica y sublime de nuestra historia, admiración

y orgullo de las generaciones venideras: el descubrimiento

y la conquista de América, la colonización y evangelización

de los salvajes indígenas que poblaban aquellas tierras

del diablo. Y era, por si no teníamos bastante, el día de la

aparición de la Virgen en un pilar de Zaragoza, que por

algo somos la Tierra de María Santísima, la más mariana y

milagrera de todo el orbe católico.

Y me imagino que este 12 de Octubre, denominado

ahora día de la Hispanidad, sigue siendo día de fiesta

para que podamos asistir: en Madrid, al gran desfile de las

Fuerzas Armadas; en Zaragoza, a la ofrenda a la Virgen del

Pilar, patrona de la Guardia Civil; y en cualquier pueblo de

España, como el nuestro, a las comilonas que aderezadas

con carne de venado –regalo de algún noble terrateniente

de la zona– y regadas con vino de la tierra, suelen organizar

los picoletos en el patio del cuartel para familiares, amigos

y autoridades locales. O simplemente, es fiesta para que nos

tiremos todo el santo e hispano día en el sofá viendo por

televisión algunos de los espectáculos anteriormente citados

o lo que nos dé la gana.

Pero a mí como no me gustan los desfiles, y menos

aún los militares, aunque últimamente a ellos asistan

muchos intelectuales y escritores que pasan por ser muy

progres como el propio Francisco Umbral; ni me hacen tilín

las ofrendas marianas aunque tan sólo sean florales; ni soy

 

amigo ni pariente de ningún picoleto; ni me gusta ver por

 

televisión tan horteros y rancios montajes; ni

 

tampoco mi bolsillo me permite ningún viajito a ninguna parte;

 

la verdad es que no sabía qué hacer para conmemorar tan

 

significado día. Aunque ojeando la prensa y aprovechando que

 

me encontraba en la ciudad más mariana de las Españas y,

 

para más inri, en el mismo barrio de la Macarena, se me

 

ocurrió festejar el día con una ofrenda a ‘La virgen de los

 

sicarios’ que estrenaban en el cine Avenida.

En la prensa, comentaban que era una película de

impacto. Y la verdad es que la película de Babet Schroeder,

con guión de Fernando Vallejo, autor también de la novela

autobiográfica en la que se basa, me sobrecogió por la mirada

dura y frontal, seca y estremecedora, con que nos hace ver

los conflictos infernales de las calles de Medellín, pobladas

por cientos de niños sicarios con ciertos aires y tintes

pasolinianos. Es el retrato más bestial que he visto nunca

de una Colombia degradada hasta límites insospechados

donde la violencia y el terror cotidianos han conseguido

que la muerte sea vista y asumida con una indiferencia casi

animal. Y como para demostrar que no todo en sus vidas es

tan cruel, tan materialista y tan inhumano, los niños sicarios

rezan y rezan a su virgen en las iglesias, y le piden perdón por

sus horrendos crímenes, siguiendo los consejos del máximo

empleador de la zona, que no es otro que el mítico jefe del

cartel de Medellín, Pablo Escobar, que en paz descanse.

Y para conseguir ese realismo cruel y descarnado que

te sacude y te estremece, que no te deja en ningún momento

indiferente, como debe hacer toda obra de arte que se precie,

Babet la ha rodado con un plantel de actores no profesionales

que en la vida real se dedicaban a la misma actividad que

en la fi cción, es decir, a la de sicarios; y ha salido a las

peligrosísimas calles de Medellín con la cámara al hombro:

escoltado, al principio, por las amenazas anónimas de los

mafiosos del lugar; y solo ante el peligro después, porque

los demás miembros del equipo de rodaje le abandonaron

antes de terminar.

Cuando salimos del cine, olía a tierra mojada. Y para

que la fiesta fuese completa, mi mujer y yo nos encaminamos

a un bar de la Plaza de la Gavidia en el que los jueves sirven

un platito de gambas blancas de Huelva que quitan la cabeza

por tres euros y que seguro que nada tiene que envidiarle

a la carne de venado que el Conde de la Maza regala a la

Benemérita de mi pueblo para que le preste una atención

especial a sus cotos de caza.

Y cuando llegamos a casa, mientras cenaba, comencé

a ver la Gala de la Hispanidad de Tele 5. Enseguida me

recordó aquellos montajes de la televisión franquista y, en

especial, un programa que creo recordar que se llamaba

“Trescientos millones”. Colombia, todita toda, desde

Medellín a Cartagena de Indias, se había convertido, de

pronto, por arte y magia de Tele 5, en un paraíso, en un

oasis, donde se ponía de manifiesto, lo mismo que en toda

Hispanoamérica, la generosidad y el amor sin límites del

hombre y de la naturaleza. Y cuando ya no pude aguantar

más la sarta de mentiras, tópicos y sandeces que intercalaban

entre cada una de las actuaciones musicales, me entraron

ganas de hacer lo mismo que Alexis, el niño sicario, cuando

escuchó por televisión al presidente colombiano exponer las

líneas maestras del presupuesto del Estado: sacar la pistola,

volar la pantalla y tirar la televisión por la ventana. Pero

como no gasto pistola, la apunté con el mando a distancia



y la apagué. No encontré mejor manera de poner punto y

 

final a un día de tanta y tan santa hispanidad.